lunes, 24 de febrero de 2014

Un anfitrión especial

En búsqueda de nuevos destinos la adquisición, EL ZORRITO, se dispone a su primer gran desafío, 800 km en dirección Noreste. A tierras ruborizadas y sudorosas, de tesoros naturales en sus verdes selvas y caudalosos ríos.  La belleza de Corrientes, con su alegre chamamé y sangre gaucha nos esperaba.
La primera parada en territorio correntino la hicimos en la Ciudad de Mercedes, pero todavía faltaban dos horas de un complicado camino de tierra donde la lluvia deja secuelas. Esquivando piedras y pozos, y cruzando un puente de madera y acero llegamos al pueblo de Carlos Pellegrini, a la vera de la Laguna Iberá.
La “reserva” está formada por 1.3 millones de hectáreas de las cuales un 60% son privadas. En 1983 se formó la reserva provincial, en 2011  se delimitó y amplió,  pero aún sigue la puja para convertirlo en parque nacional. La discusión es mucha y las campanas se entremezclan y no dejan muy claro quién tiene razón. Preferimos unirnos a la voz “silenciosa” e indefensa de la naturaleza y que el tiempo de una solución a su preservación y la posibilidad de que cualquier habitante del planeta la visite.
Las lagunas dentro del sistema Iberá fueron formadas por cauces del río Paraná que con el paso del tiempo se fueron cerraron. Como esas viejas recomendaciones de lavarse el pelo con agua de lluvia para que quede brillante, acá pasa lo mismo. Sin filtraciones el secreto del éxito es la humedad y las lluvias de la región. En la selva cada ser vivo forma parte de un equilibrio perfecto. Leí por ahí que la lluvia muchas veces se evapora en el viaje hacia el suelo y mantiene pulverizado el ambiente y cada organismo que muere sirve de alimento a otros, entonces nada debe ser removido.

Una de las lagunas más conocidas y más grande es la Iberá. En sus alrededores la flora con alto contenido proteico toma vida y va formando esteros, camalotes y embalsados que simulan tierra firme.
La sorpresa fue infinita al darme cuenta de que no se trata netamente de un pantano, o quizá yo no sabía bien qué era un pantano. Unos pocos kilómetros antes de llegar el paisaje se pintó de colores vivos y cuando atravesamos el puente, tan irónicamente ruidoso, me envolvió un viento rasante y chapoteo de agua, de proporciones no imaginables por mí. En búsqueda de comparaciones, que no sé bien porque las hago, la laguna tan inmensa y en movimiento me recordó los lagos del sur. Esta vez cortados y pegados en la Mesopotamia.






Compañero fiel desde Nueva Zelanda



Nos quedamos en el camping municipal, de los mejores que he visto en Argentina. Creo que por lejos tiene la mejor vista, el atardecer mejor contemplado, el muelle y la playita. Eso sí, el agua solo para valientes porque hay que tener cuidado con los yacarés y las palometas.
Recorrimos en lancha los esteros, una vez a la mañana y otra a la tarde. En los dos recorridos pudimos ver vidas diferentes, el de madrugada nos llevó por el arroyo corrientes donde encontramos a muchos yacarés tomando sol. 
Ese día empezó medio raro. Primero perdimos la lancha, estando nuestra carpa a metros de la salida y habiéndonos levantado temprano para la ocasión. Por suerte uno de los muchachos nos acercó rápidamente con su lancha, a la fugitiva. Iniciado el paseo, al querer sacar una foto al primer yacaré,    la     cá...ma…ra     co…men…zó     a     a…pa…gar…se     des…pa…cito titilando el no deseado “low batery”. Tan tan tan inoportuno. Tenía delante los dos tipos de yacarés, el overo y el negro, de los tamaños que sea, y algunas veces a solo un metro de distancia. El enojo se fue disipando cuando comencé a disfrutar la libertad de dejar todo para los ojos.
La segunda salida fue al atardecer, del otro lado del puente. El paisaje cambió, no solo por ser un costado nuevo, sino porque era otro momento del día y el agua había subido. Los carpinchos y los yacarés no abundaban. Busqué esta vez resaltar las características de las plantas acuáticas, palmeras y embalsados. Encontré, camuflados, a algunos animales y a un carpincho siendo desparasitado por un picabuey sobre su lomo. 
Siempre me gustó ver las aves volando, hasta las palomas de la ciudad que tanto asco le da a muchos. Eso sí, de comer no les doy. Pero eso del avistaje de aves, ya la palabra me aburría, tanto como ir a pescar.
Empecé a poner atención en las que aparecían, me asombraron sus colores y cantos. Mientras el guía nos enseñaba sus simpáticos nombres, la mayoría de origen guaraní, y sus características, yo las iba buscando una a una. ¡Mi preferido es el Jacana! Machos si los hay, cuidan ellos mismos de los huevos. ¡La ternura del Federal! ¡El chajá con su peso pluma! ¡Ese lo conozco, es un tero! ¡El que me puede es la garcita azul, me encanta! ¡Ahhhh, creo que me gustan todas, quiero ver más!
De repente nos llama la atención:
-      Miren miren!!!. Está ave si es difícil de ver y es el único depredador del yacaré. Se come sus huevos.
Refiriéndose al Jabirú. Ave grandulona, llega a medir hasta el 1,4 m. Su potencial tamaño se expresa cuando abre las alas y para empezar a volar dicen que debe correr primero. Nos mantenía expectantes cuando osaba  un movimiento de alas, pero fue pura espuma, nunca decidió despegar.

A pie conocimos a los monos aulladores Carayá y entramos a los esteros alcanzando unas casitas  en altura que funcionan de miradores. Subirme me hizo sentir especial, como dentro de un documental de Natgeo, un lugar tranquilo y salvaje.





La garcita azul


El pintón Yabirú con collar rojo

Nacida para ser libre

Mientras tanto  en el camping, nuestra carpa ubicada detrás de un quincho con vista al muelle, casi una suite privada si no fuera por la presencia de dos anfitriones. 
La primera mañana desayunando en el muelle nos percatamos que cerca nuestro vagabundeaban yacarés. Muy curiosos, a medida que caminaba por el muelle me seguían el rastro.
-          ¡Es obvio te quería comer!
Puede ser, pero afortunadamente cuentan con alimento suficiente, suelen racionar sus movimientos comiendo aquello que pasa delante de sus narices y al no masticar, ingieren tamaños aptos a sus bocas para poder digerir. A estos particularmente les gustaba salir a tomar sol por la tarde acortando la distancia con el humano.

Al principio tuve miedo y renegué del momento que me busque soledad, pero después me ablande al conocerlos un poco más y ya los saludaba cuando salía de la carpa. ¡Fueron anfitriones de lujo! 


El coco está en la casa

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Magia Blanca

Desde principio de año nos propusimos aprovechar los feriados largos para recorrer distintos puntos. 

¡Hecho el objetivo, a hacer los viajes!! ¡Hasta no caer del mapa no paramos!

Mientras nos encontramos en una etapa de construcción de proyectos destinaremos parte de nuestro sueldo en lo que más nos gusta. Los consumos innecesarios serán eliminados o en última instancia postergados.

Entonces, compramos los pasajes con muchísima anticipación y…Viajamos a Calafate, en Junio.

El tacto al llegar fue mezcla de viento intenso y frío. ¿Obvio, no?. “¿Podríamos disfrutarlo en invierno?”.

Lo primero a hacer era dejar las mochilas y probar encebolladamente conocer el pueblo. Pero al entrar al hostel me topé con algo que me cautivó. 
Generalmente me gusta salir lo más rápido posible, simplemente lo concibo como lugar para dormir y ansío la aventura cruzando la puerta. Frente a mí tenía la ventana de mis sueños, 180° y más de visual de la ciudad, con sus inamovibles cerros y el agua del lago argentino cortando el árido paisaje.
Me imagino viviendo en casas con jardín, una huerta y verde, mucho verde. Del interior no espero ni cuadros, ni muebles, solo quiero la VENTANA. De mil formas mutó en mi mente, pero existen algunos requisitos excluyentes: poder extenderme en su largo, su centro limpio y sin obstáculos, y que se pueda abrir de par en par.  Ahí sí pondría un sillón, esos para acostarse o algún otro, pero que no le dé la espalda. ¡Es la protagonista! Proyectando continuamente lo bien o mal que se siente la pacha, si nació una nueva planta o si cambiaron de look, el ritmo de la gente. Me gusta imaginarme historias.

Así fue como todas las mañanas y tardes, envueltos en el vapor del mate, nos, espectadores aficionados, esperábamos el amanecer o el atardecer.
Desayunamos y merendamos de noche, pero las efímeras horas de luz resultaron días de quimeras tangibles.

Queríamos conocer los glaciares y caminarlos pero la probabilidad era bajísima.A finales de mayo la caminata se suspende por lo riguroso del clima.

Navegamos el lago Argentino con intención de conocer los glaciares Upsala, Spegazzini y Perito Moreno. Partiendo desde el Puerto Punta Bandera  y atravesando la Boca del Diablo se llega a los canales que los albergan. Durante el recorrido aparecen de menor a mayor los témpanos de extrañas formas y coloridos azules. El Upsala es uno de los más problemáticos porque sus desprendimientos imposibilitan muchas veces la navegación. Por muy mal tiempo el barco ni siquiera logró acercarse. Era una lucha contra el viento. “¿Paso yo o vos?”. El final fue totalmente predecible, hubo que desistir. Aún así, con niebla densa y lluvia pudimos disfrutar de los otros dos gigantes que esperaban. En ese mundo bajo cero, conocimos las facetas distintivas del parque nacional. La versión largo hecha hielo del Spegazzini, descendiendo por la montaña alcanza los 135 mts de altura; y la cara norte del Perito Moreno poniendo el pecho frente al avance, con una extensión de 5 km, y secretos de lagos y grietas en sus entrañas.
La excursión dura todo el día y es ahorcada para presupuesto mochilero, pero en mejores días debe realmente valer la pena.

Por el túnel de los témpanos

Spegazzini

Desperté saltando de la cama, era el día destinado a conocer el Perito Moreno. Miré por la ventana y la magia apareció. Calafate se emblanqueció. Salí rápido a imprimir mi huella y manosear manosear la nieve, como si para mis manos no fuera real. 
De camino al Parque Nacional, a medida que el amanecer marcaba su paso, los colores azules y blancos se adelantaban sobre cualquier intento de verde. Fuimos pocos los corajudos, que no se aguantaron las ganas de esperar el calor del sol, y comenzamos a caminar por las pasarelas. Cada dos por tres la caminata nos sorprendía con una nueva mirada ganadora del glaciar, o nos metía dentro de un tupido bosque de lengas, o nos envolvía con el lago. 
El recorrido hizo un parate cuando mis dedos dolían mucho del frío. 
¡Porteña a la vista! Me llevé guantes de lana que usaba cuando iba al cole y no paré de agarrar cuanto pilón de nieve había y limpié todos los pasamanos armando granadas para el cielo o para Cristian. Además tengo esa cosa de tragicomedia que me lleva a recordar historias, y mi cerebro no se pudo aguantar. Imaginaba mis manos de color negro al borde del congelamiento lo que me provocaba más dolor. Mejor unos mates calentitos con algo para comer y después una segunda vuelta. Ya con más gente, pero con la mirada y el oído en alerta para captar esos gruuuuuu, y colores de cielo.







No estaba en nuestros planes pero después de la nevada el cielo estaba azulísimo y el sol brillante, y fuimos a conocer el Chaltén. Varita mágica de por medio, cuando llegamos, el Fitz Roy estaba despejado modelando sus aristas. Nos contaban, que a veces en verano y durante toda una semana hay gente que se va sin verlo.
Fuimos a la laguna Capri, uno de los pocos senderos que el guardaparque nos había autorizado. El trekking es de ensueño, y es uno de los tantos que se pueden hacer. Subiendo apenas unos metros ya se observa una vista panorámica del valle, con el río bailoteando en sus profundidades, custodiado por áridos cerros y montañas de invierno. Luego el sendero nos metió dentro del bosque a oler y escuchar las aves, mientras tanto el Fitz Roy se asomaba cada tanto recordándonos que es el más bello. 
Me fascinaron los pájaros carpinteros, nunca los había visto tan de cerca y menos maniobrando la madera. Encontramos dos machos, que se los reconoce por su cabeza roja. 
Las aves junto con los peces se están convirtiendo en mis animales preferidos, son muy variadas, de muchos colores, verlas quietas o volando me serenan y tienen ese mensaje continuo de libertad.
El camino, algunos tramos congelados, nos tomó una hora. Llegamos a la laguna y ahí estaba en pausa. Un paisaje de infinitos grises, como los bosques navideños del hemisferio norte. 
Elegimos un claro, con vista al lago y al Fitz Roy y ahí nos quedamos.













Después de estos increíbles encuentros con la naturaleza, nos dedicamos a recorrer el pueblo. Volvimos a pasear por la costanera, nos encontramos con los flamencos y otras aves. A esta altura del año, el sector de la bahía del lago acostumbra a estar congelado y los flamencos migrado. El deporte preferido en invierno es patinar sobre el lago y hubiese sido muy divertido poder hacerlo.








Calafate está cada vez más poblado y con ello surgen las necesidades a cubrir, pero también ambiciones económicas. Todo lo que hacemos tiene un impacto. 
Nos hablaban del temor por los futuros proyectos pensados alrededor del parque de Esquí que hoy existe, con el fin de impulsar el destino turístico durante el invierno. Emprendimientos de esta magnitud pueden alterar el equilibrio del frágil ecosistema y a la larga terminan beneficiando a grandes empresarios. 
A nosotros no nos interesó ir a conocerlo. No creo que le haga falta a Calafate, que goza de tranquilidad y gigante belleza natural. No estuvimos en temporada alta, pero lo que vimos no lo había imaginado ni en fotos. Durante el invierno el paisaje se re convierte. A veces el corto tiempo y el querer absorber lo máximo posible lleva a  jugar una especie de búsqueda del tesoro, mirando sin ver, yéndonos sin siquiera llevarnos la memoria del olor, del ruido o no ruido. Ni las fotos, ni la internet serán capaz de retrotraerme a ese  instante, sino la conexión en espíritu y cuerpo, viviendo el presente para el presente. ¡Me quedo con su Magia Blanca eterna!








viernes, 20 de septiembre de 2013

¡A la orden Colombia!

Suave, chévere, huele a café y sabe a mar.

La amabilidad y el cariño de su gente son su sello característico, evidencia sensible ante los estereotipos que imponen los diarios y películas sobre guerrillas, secuestros, asesinatos y narcotráfico.

Bogotá fue el “érase una vez”. Ciudad para combinarse con la cultura, las comidas, la historia y olvidarse del frío. 20 grados es el punto más bajo que alcanzan los termómetros en esta región del mapa, el resto del país se pone caliente a su paso.
Hicimos base en su barrio antiguo, La Candelaria, donde la expresión artística reluce al caminarla, la música se asoma desde las puertas y la gente se reúne a charlar con la excusa de un café. Vecina a ella se encuentra la plaza principal Bolívar, mediadora entre los edificios más importantes de la capital, la catedral, el capitolio, el palacio de justicia y la alcaldía. Resultó no-pintoresca, quizá por su avaricia de verde o por la infinidad de palomas que la habitan y pintan el cemento con sus desechos sin dejar baldosa invicta.
Inevitable fue el paso por el museo de Botero, experiencia para colarnos en el mundo de las artes plásticas. Somos ignorantes en la materia pero el estilo propio del artista sin complejo físico, con sus madonas contemporáneas, sus colores vivos y sus exageradas esculturas, da ganas de pellizcarlo todo y las curvas lo terminan a uno enamorando. Su obra es extensa y a la vez posee grandes colecciones. Sin ir más lejos en el parque Thays existe una de sus esculturas más famosas “Torso Masculino Desnudo”.


















Un toque fuerte, no? Bueno es algo frecuente aquí.




Mona Lisa a la Colombiana











Nos relajamos mucho al llegar, el buen aura del hostel nos incitó a querer salir sin apuro empezando por la región de Antioquía o mejor conocida como “Paisa”. Salento solo queda a 400km aproximadamente de Bogotá. Con intención de aprovechar el tiempo para leer o decidir cuales podrían ser nuestros próximos destinos acordamos irnos cuando el viento invite. ¡Mala mala elección!. Salimos al mediodía, a la cuarta hora ya lo habíamos hecho todo y el resto se volvieron de ansiedad. A la quinta hora el micro hizo una parada para almorzar a tan solo 120 KM DE DISTANCIA. “¿Por qué?”. “¡Si solo es un cachito más!”. “¡No pare chofer!”. Ruta recta no es lo mismo que de montaña (obvio, no?, la vibra de viajar nos distrajo) . Entonces lo que esperábamos que fuera tan solo 2 horas más, terminó superando su dupla, llegar a destino nos llevó 10 horas. Desde ahora MICRO NOCTURNO.

El cansancio y el pésimo humor en ese momento fueron nuestra carta de presentación, pero no inhibió a una amable mujer que en el último transbordo nos empezó a ofrecer los servicios de su hospedaje. Nuestra mirada prejuiciosa nos hizo desconfiar un poco de la oferta pero aceptamos al menos ir a conocerlo. ¡No hay mal que por bien no venga! Conocimos así la casa de una familia hermosa, que ladrillo a ladrillo va ampliando su lugar y remontando su negocio. Hacer nuestro “off the beaten track” es siempre más interesante.

Montaña, río, cafetales, vacas, caballos, palmeras, días aislados en la tranquilidad paisa y su bello paisaje. Nos recordaron un poco a nuestros pueblos del interior, silencio que ensordece al mediodía, lo libre de caminar por el medio de la calle sin limitarnos al ancho de una vereda, embarrarnos los pies, subirnos a una tranquera para ver más allá, despertarnos con los gallos, escuchar el chasquido del agua cayendo por el río y desviar la ruta con el afán de encontrar el mejor lugar para tomar unos mates.
Estando en el eje cafetero del país no pudimos no ir a conocer su proceso productivo, para lo que fuimos a la finca Las Brisas, donde una familia cultiva café orgánico básicamente entre el resto de sus alimentos.

Un día de sol resplandeciente fuimos al Valle de Cócora, refugio de palmeras altísimas, árbol nacional del país. Nos metimos en el campo, saltando charcos, haciendo competencia de mugidos con las vacas, parando cada tanto para absorber la calma,  y el valle nos devoró. Caminamos mucho y llegamos a una especie de punto final, un cartel nos indicaba para arriba, pero al subir se empezó a poner gris y lo obvio pasó. Empapados en la cumbre, en una ideal casa de campo, nos amontonamos contra el alero para evitar seguir mojándonos con la esperanza de la vista panorámica prometida pero las nubes subversivas se aferraron a la montaña, y ante el rendimiento de un pronóstico poco variable comenzamos a bajar. En la retirada queriendo prolongarla pudimos encontrar un claro en el cerro que nos sedujo. De repente estamos parados en un balcón verde, con un telón de niebla que de a poco empezó a desfilar palmeras, “¡que apuro!”, la función estaba por empezar.











































Se vino el turno de la playa. Decidimos darle un empujón al viaje comprando un vuelo a Cartagena desde Medellín. En Colombia la oferta de precios de vuelos es notablemente competitiva con la de los micros, así que hasta Siempre Salento.

Medellín es una de las ciudades comerciales más importantes de Colombia, centrada en un valle, con edificios exuberantes, centros comerciales, el famoso Metro que la recorre a lo largo y barrios que se van estableciendo en las laderas formando una metrópoli de plano inclinado. Por supuesto con sus dramáticos contrastes también, no por nada fue allí donde se vivió gran parte de la historia del narcotráfico. Este triste pasado llega también como oferta turística. Mirando la cartelera del hostel con la itención de buscar imágenes que nos anticipen los lugares para conocer, nos topamos con el anuncio de una excursión poco esperada, la posibilidad de entrevistarse con el hermano de Pablo Escobar, ver la casa y auto con el que realizaba el transporte de droga, entre otras cosas. Sin querer juzgar, para nuestra óptica no era una opción. Existe mucha biografía al respecto con la cual uno puede intentar comprender el contexto, algunas causas y por sobretodo darse cuenta lo mucho que sufrió el pueblo colombiano y que sigue sufriendo con la actual discriminación. El narcotráfico fue y sigue siendo un negocio mundial, quizá en esta región del mapa encontraron una beta durante un tiempo.
El libro que me supieron recomendar  y que leí es “La Parábola de Pablo” de Antonio Salazar, se dice que inspiró la serie "El Patrón del Mal".

























¡QUE C A L O R!.... (y nos quedamos sin aire otra vez)….Nunca habíamos estado en el Caribe pero creemos que Cartagena lo debe representar muy bien. Recorriendo los distintos climas de un país uno tiene la oportunidad de distinguir el cambio cultural que lo acompaña. Otra de las maravillas de viajar es toparse una y otra vez con el concepto de que ni siquiera nos parecemos dentro de los límites geográficos, la belleza en la desigualdad.
Acá la gente se sonríe de otra forma, la música suena  y calca más hondo, el calor libera las vergüenzas y pone a todos a bailar con las bandas improvisadas de cumbia y son. La bienvenida fue un viaje en colectivo desde el aeropuerto hasta el hospedaje, una especie de autitos chocadores, la primera y el freno sutilezas, la música al ritmo del motor. ¿Lo mejor?, nadie se quejaba por el poco tacto del chofer, todo el mundo reía y sino se acomodaban en el asiento, creímos estar en una película de la que éramos parte de la escena y la banda sonora.
Poquísimo averiguamos de los lugares, nos dejábamos llevar por la marea de sorpresas. Escuchamos que en el barrio de Getsemaní se ofrecía hospedaje y allá fuimos. Ni sabíamos de la posibilidad de quedarse dentro de la ciudad amurallada, mejor, ya que así no prestaba a confusión. Es muy bonita, pintoresca, de día la visita es esencial, de noche iluminada también y con muchas ofertas gastronómicas para los de buen presupuesto en poco tiempo, pero nos quedamos con la opción más cercana a la gente y el barrio.
En Getsemaní mientras tanto las noches en la plaza San Francisco fueron de las más memorables, espectáculos callejeros, clases de baile, conversaciones SUAVES con la gente, y los infaltables carritos de comida dotando de provisiones para los que querían, como nosotros, hacer de la plaza su cena a la luz de las estrellas.






























A hora y media de bote desde Cartagena se llega a la Isla de Barú. Pero no, espere un chachito que la opción más económica es la multiplicidad de medios de transporte, empezando por un largo viaje en colectivo hasta una especie de polo industrial (“¿realmente estamos en camino a una playa de agua transparente?”). Siguiendo con el ferry que en un abrir y cerrar de ojos cruzó el canal, y por último el espectacular viaje en moto con la mochila grande (genial idea) que nos hacía sentir que teníamos a 5 personas tirando de nuestras espaldas por el viento jugando en contra. Por momentos pensé que las fuerzas no me iban a dar más y en cualquier momento me hacia parte del camino, pero calladita me banque las tantas ganas de pedirle al hombre un descanso…todo sea por dos días perdidos en Playa Blanca.

A la isla de Barú una oración le queda corta, pero muchas palabras carecen igual de sensaciones. Playa blanca, agua muy turquesa, noches en hamacas paraguayas, olas de arrorró, pescados y frutas, libertad en la brisa, sonrisas en la caída del sol, regresión a la esencia y paz interior, son las palabras que resurgen ante nuestros recuerdos.
















Cuando surgió la idea de venir a Colombia muchos nos hablaron de lo lindo de Santa Marta, de lo pintoresco de Cartagena, de lo interesante de Bogotá y Medellín. Solo uno me dijo, “no te digo nada solo anda a Cabo de Vela”, y así picamos el anzuelo de esa solitaria recomendación. A las palabras escritas en el google le sucedieron una secuencia de ellas, desierto a orillas del mar, habitado en su mayoría por la comunidad wayuú. ¡No queríamos saber más, solo ir ahí!

El clima del desierto siempre nos genera mucha curiosidad. Su comportamiento extremo, el saber que nunca llueve, la poca y misteriosa vida que hay en él.
Cabo de la Vela es un pueblo que se encuentra en la península de la Guajira, ya muy cerca de Venezuela. Habitado en su mayoría por comunidades originarias como los wayuú. Hace apenas unos años este lugar comenzó a recibir al turismo pero el “difícil” acceso lo convierte en una opción poco viable para muchos. Para nosotros sus limitaciones para llegar forman parte de la fascinación, en uno de los transbordos pudimos viajar con un maestro con quién estuvimos hablando bastante de la situación de la región, de Colombia y hasta incluso de cómo él veía a Argentina. 
Los chicos tienen la posibilidad de asistir a la escuela donde no solo aprenden la educación que nos dieron a nosotros sino también su propia cultura, gran aporte para su preservación, básicamente con ellos es con quién uno se comunica. Los hombres se dedican mayormente a la pesca y las mujeres a tejer. La particularidad de la vestimenta de las mujeres con sus túnicas coloridas y las especies de chancletas típicas pero donde también la globalización se supo imponer con marcas características como mallbohoro, pumma…etc. Antiguamente era un pueblo nómade dado a lo inhóspito del clima. Probablemente los que nosotros conocimos son los más acostumbrados al turismo, por eso insistimos que el camino para llegar es una oportunidad para toparse con los que viven más adentro, en las rancherías. En uno de esos viajes íbamos nosotros solos con Fredo que con mucho orgullo nos contaba sobre la región, nos mostró su casa y desde que lo conocimos nos repetía y repetía lo fuerte de su camioneta para esos caminos que dan risa de los saltos que generan. Sentimos que él tiene razón, indiscutidamente el camino le pertenecía a el.

José Miguel de 10 años el 23 de Marzo 2013 escribió en mi cuadernito un mini vocabulario Wayuú (no vamos a coartar inspiración, por lo que no corregiremos ortografía):

Hola = JAMAYAPIHS
Chao = OUCTALLO
Amigo = TALEWAI
Comidas = TECUIN
Amor =TAWAYOUSE
Pies = Tovin
Como te llama = CASAICHIS PUNULIA
















































Con el paso de los días, el clima se estaba tornando poco amistoso, se acercaba semana santa y la idea de ir al parque Tayrona se volvió un tanto caótico. El parque está ubicado en la región del Caribe próximo a la Sierra Nevada de Santa Marta, donde la nieve y el mar cálido se hermanan en pocos kilometros. Son miles de hectáreas de playas selváticas y bravas, dueñas de su lugar, tanto que hay sectores en donde está prohibido bañarse por lo peligroso del mar.
Entre una muchedumbre pudimos con suerte conocerlo pero el chaparrón nos acorto los días y preferimos despedirnos de la playa que estar en la ida y vuelta desde la hamaca hasta la playa, de la playa hasta la hamaca.





























Nuestro último paseo, previo a Bogotá, fue la ciudad de San Gil desde donde conocimos el gran cañón del Chicamocha, según dicen es el segundo más grande después del Colorado, fuimos con la intención de caminar pero nos encontramos en una especie de parque de diversiones que cuenta con un fantástico mirador 360º, no era lo que esperábamos pero la ruta de ida y de vuelta y el viaje en teleférico bastaron para demostrar la belleza del lugar. También visitamos el pueblito de Barichara, de estilo colonial y natural, dando un cierre a los días de tranquilidad ponderada, dándonos el último rezo y meditación final en este viaje, y suavamente nos fuimos de Colombia.




















Llegamos en temporada pero faltaba que llueva para que salgan y desgutarlas



BONUS TRACK

Igualdad de género.


Leyenda que rezaba en la entrada del baño